Condolencias

Posted by Olga Lucia Muñoz


EUGENIO DÍAZ CASTRO Acercamiento a un escritor realista y costumbrista

Posted by Olga Lucia Muñoz

EUGENIO DÍAZ CASTRO
Acercamiento a un escritor realista y costumbrista


            Al dar una  mirada a la literatura colombiana del siglo XIX encontramos un grupo de jóvenes bogotanos aficionados al cultivo de las letras como complemento de sus actividades particulares. Ellos fueron los gestores del movimiento costumbrista que pretendió explorar, desde la literatura, la realidad que vivía la sociedad neogranadina después del periodo de la Independencia. El promotor de este grupo fue José Eugenio Díaz Castro, un hombre soñador que veía con preocupación cómo el país había cambiado de régimen político pero las condiciones sociales permanecían intactas.

          Díaz nació el 5 de septiembre de 1803 en Puertagrande, una hacienda cercana al salto de Tequendama, en jurisdicción de Soacha,  propiedad de los jesuitas hasta 1767, y que sucesivamente pasó por manos de un mayordomo del virrey De la Cerda y del  criollo José  Suescún Fernández, antes de ser adquirida por sus padres a fines del siglo XVIII.                            
           
              El joven Eugenio Díaz inició sus estudios primarios con el maestro Casimiro Espinel en Soacha,  ingresó luego  como estudiante interno al colegio San Bartolomé en Bogotá, donde pretendía seguir el bachillerato en  filosofía y letras para continuar después los estudios superiores según la costumbre de las familias criollas. Sin embargo al caerse accidentalmente de su caballo quedó lesionado del pecho y se vio forzado a dejar las aulas para ocuparse en la agricultura.
          

             Más de la mitad de su vida  la dedicó Díaz a cultivar caña panelera en Mesitas del Colegio y tabaco en las riberas del río Magdalena,  y a recolectar corteza del árbol de quina en las selvas de Subia, cerca del actual pueblo de Silvania. Fueron 34 años de duro trabajo en el campo que apenas le sirvieron para sobrevivir pues la diosa Fortuna nunca le dio el dinero suficiente para compensar sus esfuerzos.   Entonces se ve obligado a  regresar a Bogotá pues su salud ha empezado a dar muestras de deterioro. Ya en la ciudad, soportando problemas  económicos y decepciones por el manejo que los políticos han dado a la situación social del país, busca en la escritura el alivio de sus preocupaciones.

Vista del  puerto de Ambalema sobre el río Magdalena donde Díaz administró una empresa procesadora de hoja de tabaco.  [Ambalema, Acuarela de Edward Mark.1846]

Establecido ya en la capital, y por intermedio de su amigo Ricardo Carrasquilla, conoce al escritor José María Vergara y Vergara, con quien funda el periódico semanario El Mosaico. Alrededor de esta publicación se consolida el  grupo de literatos aficionados que se encargarán de producir textos  de carácter costumbrista hasta cuando el periódico cierre definitivamente en 1872.


        Díaz es conocido en  la literatura colombiana por ser el autor de la novela  Manuela [1858]. Esta obra se  publicó en fascículos en El Mosaico, sólo hasta el capítulo 8 porque su autor demoraba la entrega corregida de los manuscritos. Diez años más tarde se publicó por primera vez en forma de libro en Bogotá  y en 1889 se imprimió otra edición en París por la editorial Garnier Hermanos, con prólogo de Salvador Camacho Roldán. Escribió Díaz otras obras no menos importantes como: El rejo de enlazar, Los aguinaldos en Chapinero, Pioquinta o el valle de Tenza, Una ronda de don Ventura AhumadaMaría Ticince o los pescadores del Funza, El caney del Totumo y Un paseo a Fontibón. En el estudio más completo sobre la vida y obra de Díaz, elaborado por E. Mújica en 1985, se dio a conocer el inventario total de sus obras impresas: 5 novelas, 12 cuadros de costumbres, 4 artículos autobiográficos y 10 novelas cortas.
       
         El  caso de Díaz fue  inusual  -en su momento- en las letras colombianas. Se atrevió a usar la literatura para hacer denuncia social en una época en la que se hablaba de igualdad pero no se practicaba. Defendió en sus escritos a los descendientes de los indígenas, a los campesinos pobres, a los artesanos y a la mujer, cuando todos ellos  eran considerados seres de segunda categoría,  susceptibles de ser explotados y controlados.  Criticó abiertamente la actitud conformista de los partidos políticos y la hipocresía de los dirigentes que pronunciaban discursos populistas pero se mantenían aferrados a sus privilegios. 


          Aunque durante el siglo XIX no era muy común que los colombianos viajaran fuera de su patria chica, Díaz tuvo interés por salir a conocer tierras de Cundinamarca, Boyacá y Tolima. Al conocer el estado de aislamiento y de pobreza que padecen los habitantes esparcidos por cordilleras y valles no puede menos que sentirse agobiado y triste por semejante realidad.

La vendedora de carbón de palo y los indios vendedores de guamuica o pez capitán  fueron  dos tipos  humanos del altiplano de Bogotá descritos por Díaz.  [Carbonera, acuarela de E. Mark, 1847;  Indios pescadores del Funza, dibujo de R. Torres Méndez, 1852].
Se da cuenta que en el país coexisten la pobreza de gran parte de la población junto a una abundancia de recursos naturales, y sólo unos pocos  se benefician  de este estado de cosas. Habla con sus amigos influyentes en Bogotá para tratar remediar esa situación de inequidad vista en las provincias, pero nadie interviene pues cualquier intento de cambio afectaría muchos intereses particulares ligados a ese statu quo. Toma entonces el camino de la denuncia social por medio de la literatura.  Empieza a escribir en el estilo de moda -cuadros de costumbres- donde retrata lo que ha visto y vivido durante más de treinta años. Su situación económica no le permite pensar en publicar, sin embargo escribe en los pocos ratos libres que le quedan al terminar sus jornadas de mayordomo en la hacienda Junca cercana a Mesitas del Colegio. Años después en Bogotá podrá dedicarse con más tiempo a seguir escribiendo sin que por ello se sienta un escritor profesional.


           Su vida se acaba el 11 de abril de 1865, tras vivir 61 años y siete meses. Díaz nació cuando nuestro país era un virreinato colonial;  su pubertad y su adolescencia  transcurrieron durante los periodos de la Patria Boba, la Reconquista y las campañas libertadoras que concluyeron en la batalla de Boyacá. De ahí en adelante conoció las sucesivas guerras civiles y las diferentes constituciones que trataron de dar cohesión a esa Colombia tan heterogénea y aislada del siglo XIX. Murió sin ver el país que soñaba: más tolerante, más igualitario, próspero y en paz.

Estas son las dos únicas imágenes de Díaz conocidas hasta hoy.  Litografía de Ayala, publicada en El Mosaico en 1858 y óleo de J. M. Espinosa, publicado  en  El Tiempo en 1999.
Luego de su muerte, varios escritores y críticos literarios han comentado la obra de Díaz, el primero fue J.M. Vergara quien actuó como su biógrafo de oficio. Algunas opiniones de sus contemporáneos son las siguientes.

      […] Era un hombre de edad madura: las canas de su cabeza acusaban en él cincuenta o sesenta años, pero la vivaz mirada de sus ojos que atravesaba poderosamente los lentes de sus espejuelos, le daba un aspecto juvenil que contrastaba con su cabeza blanca. Venía primorosamente afeitado y aseado. Vestía ruana nueva, de bayetón, pantalones de algodón, alpargatas y camisa limpia, pero sin corbata y sin chaqueta. […]  Se veía sin dificultad que si así vestía, era por costumbre campesina; pero su piel blanca, sus manos finas, sus modales corteses, sus palabras discretas anunciaban que era un hombre educado. […]  Se exhibió como escritor, pero de ruana: nunca le dio vergüenza no tener levita. [José María Vergara].

          […] Yo fui amigo de don Eugenio […] era excelente amigo […] patriota decidido y entusiasta, hasta la abnegación[…] Cuando en algún periódico se publicaba alguna cosa que él creía que convenía circular profusamente, se valía de otras personas para mandar comprar algunos ejemplares que distribuía por Soacha, Puerta-Grande y otros lugares.  [Nicolás Pontón]. 

[…] El autor de Manuela es el primero de nuestros escritores que después de haber vivido en la intimidad con la clase pobre y desvalida y conocer sus dolores, no de oídas y para decantarlos en pomposas declamaciones, sino para buscarles remedio, los ha estudiado y descrito. Él, tomando de la mano a un pueblo ignorante y pobre, por desidia, impotencia o locura de los que lo han gobernado, descontento por los sacrificios que ha hecho en vano, debilitado por la sangre que se le ha exigido, nos lo ha mostrado tal cual es. Bastante ha hecho; a otros corresponde remediar pronto los males que tan maestramente señala el señor Díaz y combatir las causas que para la existencia de estos sobran. […].  [Jorge Isaacs].

Elías Novoa Parra 
docente de Humanidades 
sede C, jornada tarde.